viernes, 22 de febrero de 2008

Sobre la hermandad latinoamericana y otras yerbas

El antikirchnerismo es una fuerza demasiado débil, casi lastimosa, decía hace un par de días Hernán Iglesias Illia. Cuanta razón. El segundo gobierno kirchnerista es una copia patética del primero, viajando a la deriva sin ordenes ni mando. El periodismo y la crítica calla. Donde manda el dinero poco pueden hacer los ideales.
La crisis energética ya pasó por todas las etapas por las que puede evolucionar un problema: negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. Ahora le rogamos a nuestros hermanos latinoamericanos que nos salven. Brasil y Bolivia se miran con cara cómplice y nos hacen un pito catalán en clave diplomática. Bolivia esta molesta con la Argentina porque revendemos el gas a Chile. Brasil tiene intereses en la zona (hay muchas empresas brasileras en Argentina cuya producción se vería seriamente afectada si cesan los envíos de gas desde la atribulada republica boliviana) pero no va a resignar su estabilidad energética para salvar a un par de amigos.
Entre los deportes que nuestros legisladores practican habitualmente, la diplomacia seguramente no es uno de ellos. Que el presidente de una de las naciones estratégicamente mas importantes para nuestro país visite el congreso no es algo que ocurra a diario. Poco les importo a nuestros queridos representantes, porque casi nadie asistió a la sesión. Algunas malas lenguas dicen que para no aumentar el papelón algunos de los lugares vacíos fueron ocupados por empleados legislativos. Después de todo, nos terminado acostumbrando a un sistema de gobierno sin parlamento. La Republica ha muerto hace mucho tiempo.
Tengo que confesar que los monólogos de Tato Bores los recuerdo solo vagamente, pero no puedo dejar de pensar que hubiera dicho en esta situación. Me imagino que después de tener una charla con los legisladores hubiera salido a la plaza del congreso a respira un poco de aire fresco. Quizás se le ocurriese buscar en un museo una salida para despejar su mente. Seguramente hubiera decidido visitar la colección de monedas antiguas que se encuentra en el Banco Nación. Cual no hubiera sido su sorpresa cuando descubriera que ese tesoro histórico fue robado hace solo un par de días por un grupo comando. Los muchachos se lo llevaron todo: el patrimonio cultural de casi dos siglos, nuestra identidad acuñada en pequeños trozos de metal y, de paso cañazo, unos buenos billetes. Este tesoro (que puedo asegurar que vale mucho mas que los setecientos mil dólares en los que estaba valuado) se exhibía amablemente en la sede central del Banco Nación sin ningún sistema de alarmas.
Si nuestro hipotético Tato hubiera salido de allí hubiera observado el edificio de la SIDE a solo unos pasos.

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