viernes, 8 de febrero de 2008

Sobre engaños, estrategias militares y el operativo clamor

Si la inteligencia es una prerrogativa esencialmente humana, entonces el engaño también ha de serlo. Y no es que otros animales no sean capaces de realizar asombrosos actos de astucia (cualquiera puede ver los prodigios que realizan los pequeños ejemplares hogareños) sino que ninguna otra criatura ha perfeccionado a tan magnifico nivel este precioso arte.
En el prologo del libro de caza del Conde de Yebes, Ortega y Gasset menciona que las distintas formas en las que se ha percibido la felicidad se corresponden con las actividades propias de los miembros mas encumbrados de la sociedad. Después de todo, fueron ellos quienes dispusieron del tiempo y los recursos con los cuales satisfacer la tan humana sed de goces terrenales. Entre las actividades de este reducido grupo, existen al menos cuatro sobre las que siempre existió cierto halo de privilegio: la guerra, la política, la cacería y las aventuras amorosas. Esto es: administrar hombres (guerra), gobernarlos (política) o domar fieras (cualquiera de las dos ultimas). Pero si se observa con atención, todas estas actividades requieren, básicamente, del engaño. Es por eso que la historia de la felicidad bien podría compararse con la historia del engaño.
Si en un futuro alguien redactara algo tal como una historia universal del engaño, creo que encontraría los ejemplos más antiguos en la guerra, aunque más no sea porque allí el engaño se realiza no solo por placer, sino también por necesidad.
Aunque no estoy tan seguro. Muchas veces la estrategia militar y la política se asemejan tanto que las diferencias entre ambas resultan imperceptibles. Un ejemplo del folklore local que bien se ajusta a esto es lo que en estos últimos tiempos se dio en llamar el “operativo clamor”. El ex-presidente ha movilizado sus huestes y sus contactos para conquistar el trono del partido peronista mientras que, para sorpresa de todos, sus enemigos jamás se presentaron al conflicto. La crónica de esta victoria anunciada se asemeja a la invasión de un ejército a una ciudad que lo recibe con festejos. Sin embargo, Néstor no comprende que las murallas que sitian una ciudad no solo sirven para detener el ingreso de los foráneos, sino a veces también para evitar la fuga de alguno de sus habitantes. El operativo clamor puede convertirse así en una táctica de pinzas. Una vez dentro del partido Kirchner no podrá evitar las elecciones internas. Los sindicatos van a presionar, también los caudillos del conurbano. Reutemann, Scioli, Duhalde, Lavagna y tantos otros no van a capitular.
Néstor no debería olvidar que también Jesús fue recibido con ramos en Jerusalén.

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