jueves, 23 de octubre de 2008

Boudou Economics

Hace no demasiado tiempo, en los prolegómenos de una derivación no demasiado minuciosa del teorema central del límite, un profesor sugirió que las intuiciones no pueden ser el fundamento de la ciencia. El argumento, a simple vista, parece correcto: si fuese plausible comprender cualquier fenómeno por sus características externas entonces no resultaría necesario el pensamiento abstracto. En este sentido, repetía el catedrático mientras dirigía su mirada a la inmensidad (que misteriosamente se desplegaba sobre la blanca pared del fondo del aula) difícilmente los teoremas tengan su contraparte en la vida real o sean asequibles mediante ejemplos extraídos de aquella.
La hipótesis es aventurada y discutible. Sin embargo, los grandes avances del conocimiento humano son aquellos que, precisamente, desafían las impresiones generales. Vale recordar aquí la teoría heliocéntrica de Copérnico y las peripecias de Galileo; o en contrapunto la simple, pero falsa, teoría de Lamarck sobre los caracteres adquiridos.
La disciplina económica, para estar a tono con las ciencias duras a las que inútilmente intenta emular, ha producido algunos desarrollos que también han intentado demostrar la falacia de las primeras impresiones. Quizás el ejemplo mas destacado de ello pueda encontrarse en la política económica del gobierno de Reagan, allá por los años ochenta. Por aquella época, apoyado por el andamiaje teorico de los economistas del supply side, el entonces candidato a la presidencia de los Estados Unidos aseguró que mediante una reducción de impuestos podría incrementarse el superávit fiscal. La afirmación se balanceaba sobre la delgada cuerda de la curva de Laffer, según la cual un incremento en la alícuota impositiva no necesariamente deriva en mayores niveles de recaudación, puesto que puede generar efectos sobre la base imponible. George Bush padre, también candidato a la presidencia en las primarias por el partido Republicano durante ese año, calificó la propuesta de Reagan como “Voodoo Economics”, en clara alusión a su oscurantismo. Como la historia se entretiene con las infamias, en poco tiempo Bush se convertiría en el vicepresidente de su denostado rival.
Por no quedar a la zaga, la política local parece recurrir últimamente a los más recientes desarrollos de la teoría económica. Los avances ya están a la vista. Pongamos sobre la mesa, a simple modo de ejemplo, el proyecto de ley sobre el sistema de jubilaciones y pensiones. El gobierno propone que los fondos de capitalización pasen a manos del estado, al mismo tiempo que afirma se embarcará en un plan de gastos con el fin de reactivar el (aún no, o tal vez ya si) alicaído nivel de actividad. Como si esto no fuese suficiente, afirma también que esta medida será en favor de los afiliados, quienes podrán gozar de una vejez en paz, ya libres de cualquier preocupación que los aflija (excepto tal vez el invierno, que siempre gusta cobrar sus victimas en la tercera edad). Tomar stocks y flujos, gastarlos y ofrecer mayores beneficios futuros ¿será posible?
En fin, tal vez a diferencia de aquel famoso comercial, la primera impresión no siempre es lo que cuenta.

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